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“Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”.

HOMILÍA DEL XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 24 de octubre de 2021

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con mucha alegría vengo a esta parroquia en este día en que celebramos el Domingo Mundial de las Misiones, que conocemos como DOMUND y en este “camino sinodal” que hemos comenzado el domingo anterior en nuestra Arquidiócesis de Quito.

El Evangelio de hoy nos trae el pasaje de la curación de Bartimeo, un hombre ciego. Nos hallamos ante un texto simbólico: Jericó es la tierra; el ciego, la humanidad que no está salvada; las gentes que impiden los gritos del ciego, las fuerzas que distraen del cristianismo; el camino a Jerusalén, el camino a la salvación.

Esta curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Soló así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. Y podemos preguntarnos: ¿Tiene este relato alguna relación con nosotros? ¿Es actual para la realidad de nuestros días? ¿Somos una Iglesia que no sabe ver ni escuchar la realidad de los tiempos? ¿Qué ceguera tenemos que nos impiden emprender el camino de la sinodalidad?

Bartimeo es “un mendigo ciego sentado al borde del camino”. En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación de hoy? ¿No somos muchas veces cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús? ¿No hemos muchas veces oído hablar de Jesús pero en el fondo, no conocemos su rostro?

“Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia…” (José Antonio Pagola). Nos encontramos instalados, en una fe cómoda, superficial, que no compromete a nada y que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera, como Bartimeo, fuera del camino.

Por eso, la insistencia del Papa Francisco de emprender este “camino sinodal”, porque la Iglesia debe cuestionarse y reflexionar sobre su realidad, sobre sus luces y sombras, y debe hacerlo como Pueblo de Dios.

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. No deja escapar la ocasión, oyó que pasaba Jesús, entendió que era la oportunidad de su vida y actuó con rapidez. Y se pone a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Y es el “grito” de la Iglesia de hoy, el grito que ha lanzado el Papa Francisco a todos nosotros, un grito que nos llama a desinstalarnos, a ponernos en camino, a buscar al Señor, a cuestionarnos en la fe, a encontrar las respuestas como Iglesia para el mundo de hoy. Como Iglesia, repitamos la oración confiada de Bartimeo, percibamos la presencia del Señor que pasa, que está cercano y que puede levantarnos de nuestra situación.

Pero, siempre hay un, pero, hay muchos que regañan a Bartimeo para que se callara, lo mismo que pasa hoy, no faltan aquellos que no quieren un cambio en la Iglesia, aquellos que se oponen a todo, aquellos que viven anclados en una Iglesia del pasado, en un tiempo pasado y quieren una Iglesia ritualista.

Bartimeo gritaba más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. ¿Qué hace Jesús? Francisco nos dice: “A pesar de que apenas había emprendido el camino más importe, el que va a Jerusalén, Jesús se detiene para responder al grito de Bartimeo. Se deja interpelar por su petición, se deja implicar en su situación. No se contenta con darle limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da indicaciones ni respuestas, pero hace una pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” Podría parecer una petición inútil: ¿Qué puede desear un ciego si no es la vista? Sin embargo, con esta pregunta hecha de “tú a tú”, directa pero respetuosa, Jesús muestra que desea escuchar nuestras necesidades. Quiere un coloquio con cada uno de nosotros sobre la vida, las situaciones reales, que no excluya nada ante Dios”.

No podemos pasar por alto un detalle que resulta interesante. Jesús pide a sus discípulos que vayan y llamen a Bartimeo, les dice: “Llámenlo”. Ellos van, “llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”.

Estas dos expresiones que usan los apóstoles, luego, solamente Jesús las utiliza en el resto del Evangelio. Primero le dicen: “Ánimo”, una palabra que literalmente significa “ten confianza, anímate”. “En efecto, sólo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves” (Francisco).

La segunda expresión es “levántate”, como Jesús había dicho a tantos enfermos, llevándolos de la mano y curándolos. “Los suyos, los apóstoles, no hacen más que repetir las palabras de aliento y liberación de Jesús, guiando hacia Él directamente, sin sermones” (Francisco).

Hoy todos nosotros estamos llamados a esto, a “acercarnos”, “a dar ánimo”, pero sobre todo, a poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva.

Francisco afirma: “Cuando el grito de la humanidad, como el de Bartimeo, se repite aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y de conflicto son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de misericordia”… no ha dejado de serlo, y la Iglesia necesita que seamos portadores de esa misericordia de Dios a los demás.

Nos dice el Evangelio que Bartimeo “soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Cada uno de nosotros, y todos nosotros, tú y yo, como Pueblo de Dios, como Iglesia, debemos soltar tantas cosas que nos atan, que nos tienen inmovilizados, que no nos dejan avanzar, que no nos dejan ver. Debemos soltar y debemos “saltar” y acercarnos a Jesús.

Es el tiempo, en este camino sinodal, de levantarnos, de saltar, de empezar a caminar, de acercarnos al Señor para decirle “Maestro, que pueda ver”. Sí, nosotros como Iglesia necesitamos ver la realidad del hombre de hoy, la realidad de nuestra fe de hoy, los obstáculos, desalientos, desánimos de tantos en sus caminos. Debemos acercarnos al Señor, no tener miedo de hacerlo, y pedirle: “Queremos ver, ayúdanos a ver una Iglesia diferente, ayúdanos a ver el camino para llegar a la meta de una Iglesia que responda al hombre y a la realidad de estos tiempos”. ASÍ SEA.