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¿Te cuesta seguir a Jesús?

Homilía del tercer Domingo del Tiempo Ordinario

Quito, 24 de enero de 2021

En este tercer domingo del tiempo ordinario, celebramos el “Domingo de la Palabra de Dios”. Ponemos en el centro de nuestra vida de creyentes a la Palabra de Dios, pues con ella debemos crecer, con ella debemos tener familiaridad, a ella debemos acercarnos y profundizar el mensaje que nos dice a cada uno.

Como dice Francisco, celebrar el Domingo de la Palabra de Dios, “… nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable”.

Tenemos la urgencia de “escuchar” a un Dios cercano, a un Dios que nos habla, escuchar la Palabra del Señor en la liturgia, en la oración y en la reflexión personal. Que este domingo dedicado cada año a la Palabra, “haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura” (Francisco).

Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús, que luego de que Juan el Bautista fuera apresado, no se queda en el desierto, ni se refugia en su familia. Jesús sale a recorrer las aldeas de Galilea predicando un mensaje original y sorprendente.

El evangelista Marcos lo resume diciendo que “marchó a Galilea proclamando la buena noticia de Dios”. El mensaje de Jesús no es una repetición del mensaje de Juan, Él anuncia a Dios como algo nuevo y bueno, éste es el centro de su mensaje.

Y nos podemos preguntar si para nosotros ese mensaje sigue siendo una “buena nueva”, una “buena noticia”, si es algo nuevo y bueno, si vemos así a Dios, un Dios buena noticia.

Jesús quiere revelar el rostro verdadero de Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todos; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. Si hemos escuchado esa buena noticia, si hemos descubierto a ese Dios cercano, también nosotros debemos sentir la urgencia de ir y anunciar esa buena nueva a todos.

El Evangelio nos habla de que “se ha cumplido el plazo”, es que es otro tiempo, ha terminado el tiempo del Bautista. Con Jesús comienza una era nueva. Dios no quiere dejarnos solos ante nuestros problemas, sufrimientos y desafíos. Quiere construir junto con nosotros un mundo más humano. Y lo hace hoy en este tiempo de pandemia, no estamos solos, Él está con nosotros.

El Evangelio nos habla de que “está llegando el Reino de Dios”. Jesús sorprende anunciando algo nuevo, la llegada del Reino. Dios, “ya está aquí, con la fuerza creadora de su justicia, tratando de reinar entre nosotros”. Un Reino que lo debemos hacer realidad nosotros hoy, aquí y ahora. Benedicto XVI nos dice que “El Reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira”.

 

Toda la vida de Jesús es un llamado a la esperanza. El Reino que anuncia, ese mundo más justo y fraterno, es posible, y lo construimos nosotros cuando nos comprometemos por la justicia, la solidaridad, la cercanía con el más pobre, la misericordia, la fraternidad y el amor.

El Evangelio nos habla también de “conversión”, estamos llamados a convertirnos, es que ya no es posible vivir como si nada estuviera sucediendo. Dios necesita de nosotros, necesita de ti y de mí, de todos, por eso Jesús grita: “Cambien de manera de pensar y de actuar”. Somos nosotros, cada uno de nosotros los que primero hemos de cambiar. No nos impone por la fuerza nada, cada uno está invitado a cambiar.

En Evangelio de hoy también nos invita a “creer en esta buena noticia”. No podemos no tomarla en serio. Debemos despertar de la indiferencia, sí, de la indiferencia a la que nos lleva este mundo. Francisco nos lo ha recordado muchas veces, vivimos en una “cultura de la indiferencia”.

La buena noticia nos debe movilizar, nos debe levantar de nuestra comodidad, debemos convencernos de que es posible cambiar este mundo, hacerlo más humano y fraterno. Debemos creer en la fuerza liberadora del Evangelio, creer que es posible la transformación de este mundo, pero esto no será posible si no nos convertimos, si no hacemos nuestra esa buena nueva, si no escuchamos la voz del Señor que nos invita a dejar las redes, a seguirlo, a ser “pescadores de hombres”.

Jesús pasa junto al lago de Galilea, ha comenzado su camino e invita a seguirlo. Y Jesús sigue pasando hoy por el “lago” de nuestras vidas y nos invita, te invita a ti, me invita a mí. Ser cristiano es seguir a Jesús en su proyecto de vida, hacer nuestro ese proyecto de vida, comprometernos con ese proyecto, lo que nos lleva a dejar nuestras redes.

¿Quién toma la iniciativa? No la tomas tú o no la tomé yo, la toma siempre Jesús. Él se acerca, fija su mirada en aquellos pescadores y los llama, sí, los llama a dar una nueva orientación a sus vidas.

Y Jesús fija la mirada en nosotros y nos llama a dar un sentido nuevo a nuestras vidas. Como creyentes, como cristianos, debemos vivir con más fe la presencia viva de Cristo y su mirada sobre cada uno de nosotros. Es Él quien da una nueva orientación a nuestras vidas.

Lo más decisivo es escuchar desde dentro su llamada: “Vengan detrás de mí”. No es una tarea de un día, es una tarea de toda la vida. Escuchar esa llamada es abrirnos a la confianza plena en Jesús, adherirnos a Él, jugarnos la vida por Él, hacer nuestro su proyecto del Reino, comprometernos por hacer realidad ese Reino, reproducir en nosotros sus actitudes y ser portadores de la buena nueva, no sólo con palabras, sino, con la vida misma.

¿Estás dispuesto a ello? ¿Te cuesta seguir a Jesús? ¿Te cuesta dejar las redes? ¿Qué redes debes dejar en tu vida? ¿Eres en realidad un pescador de hombres? ¿Qué te falta? ¿Tienes miedo de ir detrás de Jesús?

Son muchas preguntas, pero hoy estás llamado a un cambio, a una conversión, a escuchar a Jesús que pasa y te llama, a dejar las redes e ir detrás de Él.

Termino invocando a María con una frase del Papa Francisco: “Que la Santísima Virgen, modelo de pronta adhesión a la voluntad de Dios, nos ayude a sentir la fascinación de la llamada del Señor y nos haga disponibles para colaborar con Él para difundir su palabra de salvación en todas partes”. ASÍ SEA.