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“Tener un lugar a donde ir, se llama Hogar"

Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia

Quito, 27 de diciembre de 2020

Hoy un doble motivo tenemos para decir GRACIAS al Señor en esta Eucaristía.

Damos GRACIAS al Señor por nuestras familias a la luz de la Sagrada Familia de Nazaret cuya fiesta celebramos en este día. Una familia que se ha unido más que nunca, una familia que vivió encerrada entre cuatro paredes durante muchos meses, una familia que ha llorado y sufrido, pero que no ha perdido la esperanza, una familia que no puede perder de vista un futuro que debe ir construyendo en unidad.

Damos GRACIAS a Dios por la fe de la familia, que en estos tiempos de pandemia despertó como una verdadera “Iglesia doméstica”. Compartieron y muchas familias siguen compartiendo, una fe a través de las redes, se siguen reuniendo para celebrar y para dar gracias a Dios, y van ya, como debe ser, en familia a participar de la Eucaristía y de los sacramentos.

Somos conscientes, no lo podemos negar, que “La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos… Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres” (Francisco).

Pero, es la misma familia la que, viviendo en amor y con amor, sabe salir adelante, sabe levantarse, sabe construir esperanza.

Damos GRACIAS al Señor, también, por la vida que tenemos al ir terminando este año 2020, que nos ha golpeado tanto y que ha transformado nuestras vidas y nuestra convivencia social. 

El Evangelio de hoy nos presenta a José y María llevando al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo a lo que mandaba la ley. Aquí intervienen dos personajes, Simeón y Ana, ellos se convierten en cierta manera en “protagonistas”.

¿Cómo imaginamos a Simeón? Sinceramente lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero esto no nos dice el texto. Se nos presenta a Simeón como “varón justo y temeroso de Dios”.

Era un hombre bueno del pueblo que aguardaba en su corazón la esperanza de ver un día “el consuelo” que tanto necesitaban. Va al templo y llega en el momento en que están entrando María, José y el Niño Jesús.

El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre al Salvador que lleva tantos años esperando.

Se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, “toma al niño en sus brazos” con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres.

Simeón se nos presenta como modelo, así debemos acoger al Salvador. ¿Lo hacemos? ¿Lo acogemos en nuestros brazos, en nuestras vidas? ¿Lo reconocemos como Salvador?

¿En qué nos quedamos en esta Navidad de pandemia, en lo externo o pudimos llegar a lo profundo de la Navidad?  Si en esta Navidad, de manera especial, no hemos acogido en brazos a Jesús, si no lo hemos acogido como Salvador, no hemos celebrado realmente la Navidad, hemos seguido en lo de siempre, ni la pandemia transformó nuestro corazón.

Las palabras de Simeón a María señalan el camino frente a Jesús… unos lo acogerán y su vida adquirirá dignidad nueva, su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.

Del Jesús Niño, al que contemplamos con ternura, debemos pasar a una postura frente a Jesús. Acoger a este niño pide un cambio profundo. Jesús no vino a traer la tranquilidad, nos compromete, nos “complica” la vida, nos pide definirnos, nos exige una conversión radical.

Y ésta es una verdad también hoy. Debemos ser esa Iglesia que acoge a Jesús pero que se compromete a hacerlo presente en el mundo y ello nos llevará a conflictos sin lugar a dudas. Esa “espada” también nos atravesará hoy si somos coherentes y si somos cristianos testigos de Jesús.

Debemos ser esa Iglesia que sale, que ve la realidad de todos los que sufren y están sufriendo a causa de la pandemia, debemos saber dar la mano, levantar a los caídos, consolar a tantos, no ser indiferentes, no podemos serlo, debemos saber “compartir” el dolor y actuar con corazón misericordioso.

Y es a Jesús a quien debemos poner en el centro de nuestras familias. Ahí debe ser acogido, ahí debemos dejar un espacio al Señor. ¿Cómo es tu familia hoy? ¿Cómo vives tu realidad familiar? ¿Es fácil ser una familia cristiana hoy? ¿Qué problemas enfrenta tu familia? ¿Hay violencia en tu familia? ¿Hay perdón, escucha, diálogo en las relaciones de tu familia?

La palabra de Dios hoy es rica en consejos para la vida familiar. San Pablo invita a que “la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” Nos invita a aconsejarnos unos a otros, a alabar a Dios.

Si Dios no está en el centro de la vida familiar es muy difícil construir una auténtica familia. ¿Ponemos a Dios en el centro de nuestra familia? ¿Qué nos separa como familia? ¿Qué nos une como familia?

Hay cuatro verbos que quiero destacar en base a la palabra de Dios de hoy: HONRAR, RESPETAR, AMAR y OBEDECER.

Toda familia debe construirse sobre estos pilares, son las bases para levantar el edificio de la familia. Debemos honrar a nuestros padres, honrarlos en todo momento, honrarlos y así tendremos alegría, honrarlos en su ancianidad, en los momentos de su debilidad de mente, cuando van ya curvando su cuerpo por el paso de los años. No es fácil, hay que tener mucha paciencia para atenderlos, escucharlos, comprenderlos y servirlos. Ellos lo hicieron un día con nosotros y nosotros debemos hacerlo con ellos. Así, solamente así, tendremos larga vida.

Hay que aprender a respetar, toda familia se basa en el respeto, respeto al padre, a la madre, a los hijos. Hay que amar como vínculo fundamental en la vida familia y hay que obedecer. Obedecer a los padres porque se los ama, el amor se manifiesta así.

El Papa Francisco nos dice: “tener un lugar a donde ir, se llama Hogar. Tener personas a quienes amar, se llama Familia y tener ambas, se llama Bendición”.

 Construyamos un mundo mejor construyendo nuestras familias en la base de estos y de otros valores. Que la familia sea esa auténtica “Comunidad de Amor”, como nos pedía San Juan Pablo II. ¡FELIZ FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA! ASÍ SEA.