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¿Todo está bien?

HOMILÍA DEL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Quito, 05 de diciembre de 2021

¿Todo está bien? Comienzo esta homilía haciendo esta pregunta, haciéndotela a ti, y también me la hago a mí. ¿Todo está bien en nuestras vidas? Aparentemente que sí, muchos dirán que sí, aunque no falten los problemas.

Aparentemente todo estaba bien en tiempos de Jesús. El Emperador Tiberio gobierna el Imperio. En Jerusalén todo transcurre en relativa paz. Poncio Pilato gobierna Judea, Herodes gobierna en Galilea. Hay entendimiento, hay paz, pero, ¿Todo está bien?

No, no todo estaba bien, mientras todo “marcha bien” aparentemente, “¿quién se acuerda de las familias que van perdiendo sus tierras en Galilea? ¿Quién piensa en los indigentes que no encuentran sitio en el Imperio? ¿adónde pueden acudir los pobres si desde el templo nadie los defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Atipas, Pilato y Caifás. No hay sitio para nadie que se preocupe de los últimos” (Antonio Pagola).

Dios no se puede quedar callado ante esta realidad. Dios tiene algo que decir frente a toda esta situación de injusticia, de dolor, de muerte y de marginación. Como nos dice Lucas, “vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados”.

Es el desierto donde se puede escuchar de verdad la llamada de Dios a cambiar el mundo. En el desierto se vive de lo esencial, no hay sitio para lo superfluo. Allí no es el lugar para acumular cosas, allí nadie vive de modas o de apariencias, allí se “vive en la verdad básica de la vida”.

Y Juan será, como dice Isaías, la “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano”.

¿Y nosotros hoy? ¿Todo está bien hoy en nuestras vidas? ¿Todo está bien en nuestra Iglesia? ¿Todo está bien en nuestra sociedad? Sabemos que no.

Debemos en primer lugar descubrir los “desiertos” de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Vivimos muchas veces tranquilos en una sociedad que para nosotros “va bien”, y no nos damos cuenta de que vivimos en un desierto de una fe instalada, que da seguridad, rutinaria, monótona, centrada en ritos y que no va a lo esencial.

Vivimos en el desierto de una sociedad de consumo, una sociedad violenta, una sociedad en la que no está presente Dios. Vivimos en el desierto de una cultura de la muerte que favorece y justifica el aborto a través de leyes que supuestamente defienden la vida. Vivimos en el desierto de mentes cerradas, corazones duros, miradas indiferentes frente al dolor del más pobre y marginado, de los excluidos de nuestro tiempo, el desierto de no vivir según el Evangelio.

Y, sobre todo, vivimos en el desierto de creer que no necesitamos una conversión personal, tampoco una conversión social. Hago mía la reflexión que hace el Papa Francisco: “¿Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo, pero nosotros no la necesitamos, acaso, ¿ya no somos cristianos? Podemos preguntarnos esto y sentirnos que estamos bien. Y ello no es verdad. Pensando de este modo, nos damos cuenta de que es precisamente por esta presunción, es que nos debemos convertir: de la suposición de que, en fin de cuentas va bien así y no necesitamos conversión alguna”.

Debemos convertirnos, debemos “enderezar los senderos” de nuestras vidas. Cada uno sabe de qué tiene que convertirse, cada uno conoce su propia realidad. Hay que desbloquear” el camino a Dios. No podemos lograr un cambio de los desiertos del mundo de hoy si no tenemos un cambio en nuestras vidas para lograr que sean vidas más responsables y solidarias, más generosas y sensibles a los que sufren.

Francisco nos señala con claridad el camino a seguir y lo hace nuevamente invitándonos a preguntarnos: “Preguntémonos: es cierto que en las diversas situaciones y circunstancia de la vida, tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como siente Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta, ¿podemos reaccionar sin animosidad de corazón y perdonar a los que nos piden perdón? ¡Qué difícil es perdonar, eh! ¡Qué difícil! “Me la vas a pagar”: esta palabra viene de dentro, ¿eh? Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿sabemos llorar sinceramente con el que llora y alegrarnos con el que se alegra? Cuando debemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? ¡Y así podemos plantearnos tantas preguntas! ¡No estamos bien… siempre debemos convertirnos!, tener los mismos sentimientos que tenía Jesús”.

Y no estamos bien como Iglesia. Me atrevo a decir que el Papa Francisco es el Juan Bautista de hoy, que eleva su voz en el desierto de una Iglesia instalada, que cree que todo está bien, que no tiene nada que cambiar. Una Iglesia institucionalizada, donde no hay espacio para todos, una Iglesia clericalizada, una Iglesia encerrada en estructuras. Y debemos cambiar, por eso y para eso nos ha convocado al Sínodo, a recorrer el camino sinodal, que parte del desierto hasta llegar a cada una de nuestras realidades.

El cambio que él nos propone es simple y complejo al mismo tiempo. Nos ha llamado a ser una Iglesia “patio abierto para todos”, donde todos nos podamos encontrar, una Iglesia que tome conciencia de que es “Pueblo de Dios”, una Iglesia que sepa escuchar, que sea cercana, “porque el estilo de Dios es cercanía”.

Sin duda, tanto a nivel personal, social y eclesial, tenemos una “invitación apremiante a abrir el corazón y recibir la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con testarudez, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado” (Francisco). Nadie puede decir que no necesita convertirse, pues no somos santos, ninguno estamos salvados. “Siempre debemos aceptar este ofrecimiento de la salvación”.

Que María, la mujer abierta a Dios y al hermano, nos ayude en este camino de conversión y nos lleve en esta Navidad al encuentro de su Hijo Jesús. ASÍ SEA.