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Todos estamos invitados a hacer el bien

HOMILÍA DEL XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Aloasí, 18 de septiembre de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con mucha alegría estoy nuevamente en esta Parroquia “Nuestra Señora de los Dolores” de Aloasí, y estoy precisamente para celebrar con ustedes, queridos hermanos, los veinticinco años de la dedicación de este templo como Santuario Mariano y de Patrona del Cantón Mejía. Es sin duda la fe de un pueblo que se pone bajo el manto de María, que le ha abierto el corazón y que mira sus ojos doloridos buscando consuelo, esperanza y fortaleza.

El Evangelio es palabra de esperanza y salvación para todos. Pero, es también luz que debe iluminar nuestra vida de cada día. Somos cristianos, vivimos nuestra fe, ustedes la viven de manera sencilla, profunda, con gran sentido de compromiso, es una fe que ha hecho brotar de esta tierra vocaciones, pero, y esto es importante, no podemos contentarnos con el decir que somos cristianos, pero no vivir profundamente el ser cristianos. Debemos examinar profundamente nuestra vida y ver si acogemos o no el mensaje de salvación, si la Palabra del Señor cambia o nuestra vida y qué compromisos asumimos en el día a día.

Jesús habla claro y de forma exigente. No vivió preocupado de que le siguieran muchos, lo que quería era que los que lo siguieran lo hicieran de forma auténtica. Podemos decir que existen dos modos de interpretar la vida: siguiendo a Cristo, o de espaldas a Él. Lo dice claramente hoy en el Evangelio que se ha proclamado: “Quien no está conmigo, está contra… No podéis servir a Dios y al dinero”.

¿Cómo sigues tú al Señor? ¿Cómo sigo yo al Señor? ¿Cómo lo seguimos cada uno de nosotros? ¿Estamos con Cristo, nos jugamos la vida por Él? ¿Somos auténticos en nuestro seguimiento? ¿Es Dios el centro de nuestra vida o nos forjamos otros dioses, como el dinero o los bienes materiales?

Un comentario sobre el Evangelio de hoy nos dice: “Sí, el ídolo, el falso dios más peligroso es el dinero, no por sí mismo sino por todo lo que significa de autosuficiencia, injustica y desesperación”.

La parábola de hoy tiene como protagonista a un administrador astuto y poco honrado que es acusar de despilfarrar los bienes del patrono y está a punto de ser despedido. Ante esto, este administrador no recrimina, no busca justificación, no se deja desanimar, sino que busca una salida a su situación. Podemos decir que al principio reacciona bien y reconoce sus límites: “Cava, no puedo; mendigar, me da vergüenza…” Pero luego, cambia su corazón y actúa con astucia, robando a su amo por última vez. Por eso, llama a los deudores y les reduce las deudas, ese dinero no era suyo, era de su amo, y esto para para ganárselos y luego ser recompensado por ellos. “Se trata de hacer amigos con la corrupción y obtener gratitud con la corrupción, como desgraciadamente es habitual hoy en día” (Francisco).

Al respecto de esta parábola, el Papa Francisco nos dice: “Con esta narración, Jesús nos lleva a reflexionar sobre dos estilos de vida contrapuestos: el mundano y el del Evangelio… La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de abuso. En cambio, el Espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio, ¡serio pero alegre, lleno de alegría!, serio y de duro trabajo, basado en la honestidad, en la certeza, en el respeto de los demás y su dignidad, en el sentido del deber”.

Y esta es la astucia cristiana… Fuerte y categórica es la conclusión del pasaje evangélico: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro”. “Con esta enseñanza, Jesús hoy nos exhorta a elegir claramente entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción, del abuso y de la avidez, y de la rectitud, de la humildad y del compartir” (Francisco).

¿Qué elegimos nosotros? Porque en lo pequeño podemos estar siendo tentados a escoger uno u otro estilo de vida, porque en lo pequeño podemos caer en la corrupción, podemos estar tentados al camino más corto, más cómodo para ganarse la vida, un camino de corrupción.

“¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba, pero ¿cómo? Daba de comer a sus hijos pan sucio… sus hijos habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno… pero luego… La costumbre del soborno se convierte en dependencia” (Francisco).

Que resuene en ti, en mí, en todos, la pregunta del administrador deshonesto y expulsado por su amo: “¿Qué haré pues?”. ¿Cómo vamos a responder a esta pregunta? Debemos dar una respuesta verdadera y honesta. Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Todos estamos invitados a hacer el bien, a construir el bien, a poner el bien en el corazón de los demás, a cambiar nuestra vida, a reconocernos como hijos de Dios y poner en juego toda nuestra vida por el Reino de los cielos.

Y ante la Virgen de los Dolores, mirando su rostro y su dolor de corazón, hago mías las palabras del sacerdote y escritor español José Luis Martín Descalzo: “En todas las esquinas de la vida, tú lo sabes, Señora, nos espera el dolor, los hijos muertos, la angustia del salario que no llega, el puñetazo cruel de la injusticia, la violencia y la guerra, el horrible vacío de tantas soledades, los infinitos ríos del llanto de los hombres. ¿Y a quién acudir, sino a tu lado, Virgen experta en penas, sabia en dolores, maestra en el sufrir, conocedora de todas las espadas?”

Les invito hoy a todos a acudir siempre a nuestra Madre. Ella tiene ese corazón grande, un corazón que nos acoge, que nos consuela, que nos fortalece, que nos besa en el dolor personal que nos aqueja. Siete son los dolores de la Virgen, pero creo que son más, muchos más, pues Ella hace suyo el dolor de cada uno de nosotros.

Francisco nos dice: “La Virgen Dolorosa, que lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo exterminadas por el poder humano”. No olvidemos nunca, Ella es nuestra madre, Ella nunca pidió nada para sí, siempre pidió y actuó en bien de los demás. Ella, “recibió el don de ser Madre de Jesús y el deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre” (Francisco).

Digamos todos hoy a nuestra Buena Madre: “Tú, que sabes de espadas, Virgen Madre de los dolores, pon en tu corazón a cuantos tienen el alma destrozada” (Martín Descalzo). ASÍ SEA.