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Todos somos sembradores

Homilía del Domingo XV del Tiempo Ordinario

Quito, 12 de julio de 2020

Una de las parábolas más conocidas de Jesús es la “parábola del sembrador”. Nos habla de SEMBRADOR, de TIERRA y SEMILLA.

Preparando esta homilía me vino a la mente la letra de una canción: “Ni es culpa del sembrador, ni es culpa de la semilla. La culpa estaba en el hombre y en cómo la recibía. El sembrador que sembraba, desde el comienzo sabía, que dependía del suelo la suerte de la semilla”.

Nosotros recibimos la semilla, nosotros somos la tierra, somos sembradores y sembramos todo tipo de semilla.

Jesús habla en parábolas, lenguaje sencillo, compresible a todos, usa imágenes tomadas de la naturaleza y de situaciones de vida diaria.

La parábola comienza diciendo: “salió el sembrador a sembrar”. Pero antes, el evangelista nos presenta a Jesús que “sale de casa” a encontrarse con la gente. Jesús se “sentó junto al lago”, luego se sube a una barca porque había mucha gente, y se “sentó” y les habla “mucho rato”.

Jesús sale para llevar la “Buena Nueva” del Reino, dedica mucho tiempo a esta misión de anunciar y “sembrar” esa semilla.

Hay que salir para evangelizar. Salir en primer lugar de nuestras seguridades y de nuestros intereses, de nuestros miedos y temores. Para evangelizar hay que “desplazarse”, esto significa, que hay que ir a la búsqueda del otro, a la búsqueda de la gente, comunicarnos con el hombre y la mujer de hoy, con el joven de hoy. El padre a los hijos, el amigo al amigo, el sacerdote a los fieles. Debemos romper los muros de nuestro encierro y construir esos puentes como nos pide el Papa Francisco.

Como Iglesia debemos salir para sembrar a manos llenas el evangelio. Y en esta salida no debemos tener miedo del rechazo, que seguro lo habrá.

A sembrar no se puede salir sin llevar con nosotros la semilla. Es decir, para sembrar debemos haber acogido primero la semilla, haber sido ese “buen terreno” donde creció la semilla sembrada en nosotros.

Una semilla que debe haber sido acogida en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Debemos haber hecho vida esa “buena noticia” sembrada en nosotros para así, solamente así poder contagiar la alegría de ser cristiano. Si no seguimos los pasos de Jesús, si no vivimos la alegría de ser cristianos, no invitamos a nadie a seguir al Señor, ni seremos “buenos sembradores”.

El Papa Francisco nos dice que “el verdadero protagonista de esta parábola es la semilla, que produce más o menos frutos según el terreno sobre el cual ha caído”. “Los p rimeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino las aves se comen la semilla; sobre el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíces; en medio de las zarzas la semilla viene sofocada por las espinas. El cuarto tipo de terreno es el terreno bueno, y solamente ahí la semilla germina y da fruto”. (Francisco)

No me quiero detener en la explicación de los terrenos, que creo alguna vez hemos escuchado. Sabemos que el primero es de los que escuchan el anuncio del Reino, pero no lo reciben, de hecho, “el Maligno no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres” (Francisco).

El segundo terreno son las piedras, representa a los que escuchan la Palabra de Dios y la reciben enseguida, pero superficialmente, no tienen raíces, son inconstantes y ante las dificultades y tribulaciones, estas personas se abaten enseguida.

La semilla entre las espinas representa a las personas que escuchan la Palabra, pero a causa de las preocupaciones mundanas y de las seducciones de la riqueza, sofocan la semilla y no germina, muere.

El terreno fértil representa a “cuantos escuchan la Palabra, la reciben, la cuidan y la comprenden, y esa da fruto. El modelo perfecto de esta tierra es la Virgen María”, nos dice Francisco.

“Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a los oyentes de Jesús dos mil años atrás. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor echa incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor” (Francisco). ¿Cómo acogemos esa semilla? ¿Qué disposición tenemos? ¿Nuestro terreno es camino, piedras, zarzas o buena tierra? La respuesta la tenemos cada uno.

Podemos y debemos “limpiar” el terreno, quitar las piedras y las zarzas, preparar el terreno para que dé buen fruto. “Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero formado y cultivado con cuidado, para que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos” (Francisco).

Pero, no nos contentemos con ser terreno, seamos también sembradores. Y Francisco insiste en ello: “…nos hará bien no olvidarnos que también somos sembradores, Dios siembra semillas buenas, y también aquí podemos preguntarnos: ¿qué tipo de semilla salen de nuestro corazón y de nuestra boca?”.

¿Qué semilla siembran cada uno de ustedes en sus familias, en sus hijos? ¿Qué semilla sembramos nosotros los sacerdotes en nuestros fieles en estos tiempos de covid? ¿Qué semilla siembran los educadores en la vida de sus alumnos? ¿Qué semilla siembran los políticos en nuestro país? ¿Qué semilla sembramos como ciudadanos en nuestra sociedad?

Todos somos sembradores. Algo sembramos con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestras palabras y con nuestras acciones. “Nuestras palabras, y yo diría, nuestras acciones, pueden hacer tanto bien, así como tanto mal, pueden sanar y pueden herir, pueden animar y pueden deprimir” (Francisco).

Y nos han deprimido, cansado, hastiado, irritado, molestado, enfurecido, para decir algunos verbos, todo el mal sembrado en este tiempo en el Ecuador. Es que parece que han sembrado el mal a manos llenas muchos de los que debían sembrar “buena semilla”. Han sembrado corrupción, mentira, robo, insensibilidad, un aprovecharse de la situación, un usar el cargo para sí mismo y no para servir. HAN SEMBRADO EL MAL, y lo han hecho porque han tenido o tienen un corazón PODRIDO, porque “aquello que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón”, y de los corazones de los corruptos no puede salir nada bueno, sale MUERTE, han sido sembradores de MUERTE.

Limpiemos, botemos, quitemos esas piedras, que no son pequeñas, y esas zarzas del terreno de los niños y jóvenes, y de nuestro terreno. Limpiemos urgentemente para que la semilla que debemos sembrar cada uno de nosotros crezca. ¿Qué semilla? Una semilla de esperanza, de unidad, justicia, honradez, transparencia, paz, solidaridad, servicio, optimismo y amor.

Les invito a sembrar, a no quejarnos de lo malo, es fácil hacerlo. El reto, queridos hermanos, es sembrar a manos llenas los verdaderos valores, pero primero vivirlos nosotros. Sé sembrador, seamos buena tierra y sembremos buena semilla. ASÍ SEA.