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“Tú eres, Señor el Cristo, el Hijo de Dios vivo”

Homilía Del XXI del Tiempo Ordinario

Quito, 23 de agosto de 2020

Celebro hoy con mucha alegría en esta Parroquia de Cumbayá. Nuevamente he vuelto a salir al encuentro con las comunidades parroquiales y al encuentro con mis sacerdotes.

No puedo quedarme todo el tiempo “encerrado”. Y al empezar a celebrar la Eucaristía con fieles presentes, soy el primero en salir para  celebrar la fe y compartir la alegría del encuentro.

Jesús hace dos preguntas a los discípulos. La primera es sobre qué dice la gente de Él. La segunda es cuestionante, más comprometedora: “Ustedes, ¿quien dicen que soy yo?”.

La pregunta hecha a sus discípulos, se nos la hace hoy a nosotros. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con Él. ¿Qué le responde cada uno? ¿Qué le responden ustedes como comunidad parroquial?

Frente a una pregunta debe haber una respuesta. Y la respuesta a esta pregunta, cambia nuestro ser de cristianos de hoy. Francisco nos dice: “La elección es “ser cristianos del bienestar” o “cristianos que siguen a Jesús”. Los cristianos del bienestar son los que piensan que tienen todo si tienen la Iglesia, los sacramentos, los santos… Los otros son los cristianos que siguen a Jesús hasta el fondo, hasta la humillación de la cruz, y soportan serenamente esta humillación”.

 

Podemos contentarnos con tener ya los sacramentos, y muchos en este tiempo han tenido un conflicto interior en comulgar en la mano… en esas discusiones está su ser seguidor de Cristo, pero, ¿Están ellos dispuestos a jugarse la vida en el seguimiento de Jesús? ¿Están dispuestos a tocar el cuerpo de Cristo sufriente, sucio, maloliente presente en el pobre?

Jesús te hace hoy la pregunta a ti, en forma concreta: Para ti, ¿Quién soy yo? “¿El dueño de esta empresa? ¿Un buen profeta? ¿Un buen maestro? ¿Uno que te hace bien al corazón? ¿Uno que camina contigo en la vida, que te ayuda a ir adelante, a ser un poco bueno? Sí, es todo verdad, pero no acaba ahí… Es el Espíritu Santo el que toca el corazón de Pedro y le hace decir quién era Jesús: Eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Francisco).

Podemos decirlo hoy, al igual que Pedro, mirando el sagrario: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Pero como Pedro, podemos rechazar la cruz o aceptarla, ser cristianos que ceden “a la tentación del bienestar espiritual”, tranquilos, encerrados en la Iglesia, tranquilos de conciencia; o, como nos dice Francisco, “Lo que falta para ser cristiano de verdad es la unción de la cruz, la unción de la humillación. Él se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz. Éste es el punto de comparación, la verificación de nuestra realidad cristiana”.

 

¿Tenemos encerrado a Jesús en nuestros viejos esquemas? ¿Soy un cristiano vivo? ¿Somos una comunidad viva, en salida? ¿Amamos a Jesús con pasión o vivimos la rutina y la costumbre de ser cristianos y vamos creciendo en indiferencia? ¿Nos sentimos discípulos? ¿Vivimos el estilo de vida de Jesús en esta sociedad de hoy marcada por la pandemia?

¿Cómo miramos la vida? ¿Con los mismos ojos de Jesús, es decir, con compasión, misericordia y cercanía hacia los más pobres? ¿Sentimos en nuestro corazón, al ver a tantos hermanos hoy necesitados, lo que sentía Jesús? ¿Nos sentimos responsables de los demás o somos indiferentes al sufrimiento de los descartados de este tiempo?

¿Nos preocupamos por construir el proyecto del Reino de Dios o quizás solamente estamos preocupados, en forma exclusiva, por nuestra salvación?

Estas y muchas otras preguntas nacen de la pregunta de Jesús, “¿Quién soy yo para ti?” O nos contentamos con respuestas dulzonas, o respondemos con la vida, haciendo vida el Evangelio y nuestro compromiso por cambiar nuestra sociedad.

Que Jesús resucitado camine con nosotros lleno de vida. Que nuestra comunidad parroquial sea una comunidad viva, que testimonie al Señor de la Vida. Que seamos constructores de paz, justicia, verdad, libertad, amor, fraternidad, no con palabras sino con hechos.

Que cada uno y que esta comunidad parroquial pueda responder: “Tú eres, Señor el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. ASÍ SEA.