“Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado el idioma de Dios”.
Quito, 06 de julio de 2020
Hoy estamos aquí, como Arquidiócesis de Quito, para decir “gracias” por la vida sacerdotal del P. José Ricardo Valdivieso Berrezueta.
El Papa Francisco nos dice que, “Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado el idioma de Dios”. Y nosotros no hemos olvidado ese idioma, sabemos agradecer por encima de todo.
Dios nos habla siempre con amor, Dios nos ama y está siempre cercano a nuestras vidas. Hoy hablamos este “idioma de Dios” y todos agradecemos la vida sacerdotal del P. José Valdivieso, quien nació el 1 de julio de 1962 y es ordenado sacerdote el 27 de marzo de 1999.
En estos 21 años de vida sacerdotal ha servido a la Arquidiócesis en distintos oficios pastorales: Párroco de San José de Minas, Párroco de San José de Monjas, Párroco de San Juan Pablo II, Administrador Parroquial de San José de Calderón, Párroco de San Juan Bautista de Sangolquí. Trabajó en el campo de la educación como Director del Colegio Cardenal González Zumárraga, Director del Colegio Manuel Tobar, Rector del Colegio Isabel Tobar. Fue miembro del Cabildo Quiteño como Canónigo de Segunda Institución, miembro del Colegio de Consultores de la Arquidiócesis y Secretario de Temporalidades de la Curia Metropolitana de Quito.
Al llegar a la Arquidiócesis de Quito lo encontré en dicho oficio, pero me presentó él la renuncia un mes después y luego, en diciembre del año pasado, también presentó su renuncia a la Parroquia de Sangolquí por motivos de su delicada salud que lo venía afectando ya varios meses.
Para recuperar su salud viajó a Estados Unidos y ahí lograron encontrar la causa de su enfermedad. Bastante recuperado decide regresar a Quito, pero contrae el covid19, al hacerse la prueba allá en un hospital o durante el viaje. Estos últimos doce días se encontraba en grave estado y fallece el sábado 4 de julio a la edad de cincuenta y ocho años.
La muerte es un misterio, difícil de comprender en nuestras vidas. Muchas preguntas nos podemos hacer frente a la muerte, y hoy nos las hacemos más porque esta pandemia se ha llevado a tantas y tantas personas amigas o familiares, pero, no tendremos una respuesta desde la razón. La respuesta viene desde la fe.
El Papa Francisco invita a pedir a Dios tres gracias ante el misterio de la muerte: “morir en la Iglesia, morir en la esperanza y morir dejando en herencia un testimonio cristiano”.
Creo que estas tres gracias se han hecho realidad en la vida del P. José Valdivieso, sacerdote de Quito.
Él ha muerto en “la Iglesia”, en su Arquidiócesis. Ha vivido hasta el final en la pertenencia a su Iglesia de Quito. Ha tenido la gracia de morir en el seno de la Iglesia, ha permanecido hasta el final en el Pueblo de Dios.
Ha muerto en casa, no en la casa física, sino en la gran casa que es la Iglesia. Es sin duda una gracia, un regalo de Dios y nosotros, nos dice el Papa, debemos pedirlo a Dios: “Señor, ¡hazme el regalo de morir en casa, en la Iglesia!” A pesar de nuestros pecados, debemos pedir morir en la Iglesia. “Y la Iglesia es tan madre que nos quiere así, muchas veces sucios. La Iglesia nos limpia: ¡es madre!”.
La segunda gracia es morir tranquilo, en paz, sereno, morir en esperanza. Aunque no sabemos sus sufrimientos a causa de esta enfermedad. Pero desde la fe podemos decir que ha muerto en paz, porque para nosotros cristianos, la muerte no es el final del camino, no es el punto final de nuestra vida. Acaba nuestra vida física, pero sabemos y creemos que estamos llamados a una Vida Nueva en el Señor.
Y el P. José tenía “…la conciencia de que en el otro lado lo esperan; al otro lado continúa la casa, continua la familia, no estaremos solos. Esta es una gracia que debemos pedir porque en los últimos momentos de la vida, nosotros sabemos que la vida es una lucha y que el espíritu del mal quiere conseguir el botín” (Francisco). No nos espera la oscuridad, no nos espera el vacío, no nos espera el sinsentido, no nos espera la nada. Nos espera Dios, una Vida Nueva en el Señor.
Debemos poner toda nuestra confianza en Dios, poner nuestra esperanza en Cristo Resucitado. ¡Qué hermoso morir confiándose plenamente a Dios!
Esa confianza en Dios al final de nuestra vida comienza ahora, en las pequeñas cosas de la vida, en el día a día. Comienza ahora cuando ponemos en las manos de Dios nuestros grandes problemas, nuestras situaciones difíciles de la vida.
Por último, se nos invita a pedir la gracia de dejar la herencia de un testimonio cristiano. Podemos buscar bienes y esforzarnos mucho en nuestra vida terrena, pero sabemos que al final del camino, no nos llevaremos nada. Preguntémonos: ¿Qué herencia dejo al partir?
La principal herencia debería ser “una herencia de vida”. ¿He hecho el bien a la gente que me quiere? ¿Dejo sabiduría, alegría, paciencia…una vida entregada?
Debemos dejar la herencia de nuestro testimonio cristiano. La herencia de todo el bien que vamos sembrando y viviendo cada día en el corazón de los demás. Y el P. José Valdivieso deja en el corazón de muchos fieles y de muchos amigos, la herencia de su vida sacerdotal entregada.
Sabemos que somos limitados en nuestro actuar, y ello, nos lleva a pensar si en algún momento o en algún detalle pudimos haber actuado mejor. Podemos equivocarnos muchas veces, y el P. José pudo y, seguramente se equivocó, pero nos deja la herencia de su vida cristiana y sacerdotal, por encima de todos sus errores y fallas como hombre y como sacerdote.
Al despedirnos en enero de este año, él sabía que yo como padre siempre tendría la puerta abierta y que la Arquidiócesis era su casa. Sabía bien que nuestra fraternidad se manifiesta justamente en la corrección fraterna, que no por corrección dejaba de ser fraterna, pero tampoco por fraterna, dejaba de ser corrección.
Hoy él, como dice el salmo responsorial, ha ido con alegría al encuentro del Señor. Es el Señor, el “Buen Pastor”, quien abre sus brazos para recibir al pastor que deja ese testimonio de saber dar a vida por los demás.
Hoy la Arquidiócesis dice adiós a uno de sus sacerdotes y dice “gracias” por todo el bien que supo sembrar. Es el Señor quien cosechará.
Como Obispos, unidos a todos los sacerdotes de la Arquidiócesis decimos gracias por la vida del hermano y volvemos a decir ese “sí” de ser sembradores de esperanza y de vida y de ser fieles hasta el final. ASÍ SEA.