Un sacerdote “Bienaventurado”
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Quito, 29 de enero de 2023
Mi presencia aquí, en esta querida Parroquia de “Cristo Resucitado”, es para compartir la vida de todos ustedes, pero de manera especial, la vida de Luis Alfredo, mi querido “tocayo”, como yo lo llamo, a quien ayer ordené sacerdote.
El evangelio de este domingo nos habla de “algo nuevo”, de “algo bueno” que nos propone Jesús. Eso “bueno” y “nuevo” son las bienaventuranzas, que son, un camino “bello y seguro hacia la felicidad”, como nos dice Francisco. Jesús propone a los hombres esta novedad, y te lo propone a ti, Luis Alfredo, en tu vida sacerdotal recién estrenada.
Las bienaventuranzas son la “carta de identidad del cristiano” (Francisco), porque describen el rostro y el estilo de vida de Jesús. Un rostro y estilo que debemos hacer nuestro, que debe ser “nuestro rostro”, “nuestro estilo” de vivir nuestra fe y nuestro compromiso cristiano de cada día; que debe ser marcar “tu rostro y estilo de ser sacerdote”, un sacerdote “Bienaventurado”.
Jesús nos impulsa hoy a entrar en la dinámica central de su mensaje: las bienaventuranzas. Es un verdadero proyecto de vida. Las bienaventuranzas nos presentan los valores que deben guiar y normar nuestra vida cristiana: pobreza, mansedumbre, llorar con los que lloran, el hambre y sed de la justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, el compromiso de trabajar por la paz, soportar la persecución por Cristo y su reino. Y en esos valores, querido Luis Alfredo, debes ver lo que hoy el Señor te pide para tu vida sacerdotal. Un sacerdote que busca la justicia, que tiene la capacidad de llorar, que es pobre de espíritu, pero, sobre todo, que es misericordioso.
Estos valores son contrarios a lo que el mundo nos presenta y te presenta a ti, Luis Alfredo: poder, injusticia, egoísmo, violencia, riqueza, persecución, individualismo, indiferencia, prestigio o fama.
No cabe duda de que las bienaventuranzas van contra la opción del mundo, como nos dice San Pablo hoy: “… no hay muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios; lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar a lo fuerte”. Te ha escogido a ti, me ha escogido a mí, llama a muchos y nos escogió y llamó desde nuestra sencillez, desde nuestra pobre realidad humana.
Las bienaventuranzas solamente las podemos entender y hacer vida desde la óptica del amor. El asumir este “programa de vida”, implica que nos volquemos a una profunda unidad con Jesús. Debemos aprender vivencialmente a tomar consciencia de la ley del amor, de la misericordia y de la compasión, para caminar así hacia una verdadera santidad.
Este camino de amor es el “camino a la felicidad” del que nos habla el Papa Francisco. Es decir, es el camino de Jesús, porque las bienaventuranzas son esa luz para nuestra vida, nos señala por dónde, cómo, con qué actitudes y qué acciones debemos hacer para responder al amor de Dios cada día.
¿Qué te pido hoy a ti nuevo sacerdote? Una sola cosa, vive tu sacerdocio en el amor. Si lo vives desde la óptica del amor, estoy seguro de que serás un sacerdote misericordioso y compasivo con los más pobres, con los descartados, con los que lloran y buscan ser consolados.
Aquí estás hoy, querido Luis Alfredo, con una misión delante de ti que recién comienza. Y en esta misión te pido que nunca tengas miedo de acercarte y “tocar” con tu palabra, con tu escucha, con tu consejo, con tu acción, al hombre sufriente de este tiempo, a los más pobres.
Sé un sacerdote que se acerque a los demás, no esperes que los otros se acerquen, hazlo tú. Te tocará acercarte a tantos hombres y mujeres marcados por el pecado, con una vida sin sentido, tantos jóvenes desilusionados, tantas personas que viven en la droga, en el alcohol o en un relativismo moral. Acércate y tócalos con tu corazón sacerdotal. No tengas miedo de acercarte y curarlos, tienes que darles a ellos un sentido en su vida y debes ayudarles a encontrar el camino de la felicidad de las Bienaventuranzas.
Y tocarás al pecador porque tu corazón sacerdotal se compadece. Ten como sacerdote un corazón compasivo y misericordioso. Que nada ni nadie dañe tu corazón sacerdotal, óyemelo bien, que nada ni nadie lo dañe.
Ten un corazón libre para amar de verdad, para amar como ama Dios, para dar tu vida sacerdotal en cada acción, buscando al que sufre, al marginado, al descartado de la sociedad. Recuerda que Dios, como nos dice Francisco, “se ha revelado en la historia por medio de acciones marcadas por la compasión…. Dios no ignora nuestros dolores y sabe cuánto necesitamos de su ayuda y consuelo, se hace cercano y no nos abandona nunca”.
Y este salir, este ir al encuentro del otro, este acercarte y compadecerte del hombre concreto, te hará sufrir. Harás tuyos los sufrimientos de los otros. Y ahí serás “bienaventurado” porque serás un sacerdote “misericordioso” y serás “misericordiado” por Dios, como le gusta decir al Papa Francisco.
Luis Alfredo, no podrás nunca ser sacerdote sin meterte, sin compadecerte, sin “embarrar” tus manos en la realidad de este mundo, tan lleno de injusticias. Ten esa “sed de justicia” de la que nos habla Jesús hoy.
Ten un amor comprometido con el hermano, un amor que se haga concreto en la vida del otro, es que “el verdadero amor tampoco hace distinciones entre personas, sino que ve a todos como prójimos que necesitan de nuestra ayuda y cercanía” (Francisco).
Recuerda, querido “tocayo”, que no podrás nunca, como sacerdote, ignorar el sufrimiento de los hombres. Si algún día lo hicieras, estarías ignorando a Dios. Es que Dios está presente en el que tiene hambre y sed, en el forastero y encarcelado, en el que sufre y llora. Toca a Dios en el hermano sufriente, en el hermano que llora. Llora con él, no tengas un corazón sacerdotal duro, indiferente, apegado a lo material y alejado del dolor del hermano. Toca a ese Dios que se te acerca en cada pobre. No dejes de tocar el dolor y el pecado, no dejes de tocar el sufrimiento y la tristeza, no dejes de tocar la angustia y la duda del hombre de hoy.
No tengas miedo, no estás solo. Si buscas al Señor, Él estará “tocándote” a ti, llegara a tu corazón sacerdotal, lo renovará cada día, le dará fuerzas y te impulsará a salir, a no instalarte, a no perder nunca lo fundamental de tu sacerdocio. Y además, yo estaré siempre cercano, tocando tu corazón de hijo como un verdadero padre a tu lado.
Como María, nuestra buena Madre, que tu vida sacerdotal esté siempre marcada por el servicio. Dios te sacó de tu tierra, de tu casa, de tu familia, para servir, servir y no hacer otra cosa sino servir. Sal de prisa, como María, para servir y hacer el bien a los demás siendo un sacerdote “bienaventurado”. ASÍ SEA.