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“Una Iglesia con las puertas siempre abiertas”

HOMILÍA DEL DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Quito, 03 de julio de 2022

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Con mucha alegría vuelvo a esta parroquia, a “La Santiago”, como se la conoce, luego de tres años. Ya me decía el P. Elí que ustedes habían “reclamado” mi presencia en la parroquia. Recuerden que fue la primera parroquia que visité como Arzobispo pero luego de ustedes visité doscientas cinco parroquias más.

Y vengo hoy para compartir la fe con todos y para celebrar las confirmaciones de un grupo de muchachos, un sacramento que los convierte en testigos y enviados a este mundo concreto en el que vivimos.

“Así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”…”, estas palabras del profeta Isaías describen la forma en que se compromete Dios con su pueblo y abre la esperanza de algo nuevo en medio de la dificultad. Me pregunto si hemos perdido o no la esperanza, quizás muchos la perdieron en los días difíciles que hemos vivido como país, muchos oraban por la paz y no veían concretado ese deseo y anhelo de paz.

Y Pablo es también portador de paz. Nos dice el apóstol: “La paz y la misericordia de Dios vengan…” sobre quienes son creaturas nuevas y se glorían en la cruz del Señor.

Y Jesús nos habla de la paz: “Cuando entren en una casa, digan primero: “Paz a esta casa”, y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”.

¿Son ustedes gente de paz? Yo creo que sí. ¿Somos todos nosotros gente de paz? Yo creo que sí. Y no solamente somos gente de paz, hay algo más importante aún, debemos ser “mensajeros y portadores de esa paz”.

La primera actitud que debe adoptar el seguidor de Jesús, en cualquier lugar en donde se encuentre es dar paz. ¿Lo hacemos en verdad? Es que cuando uno escucha las palabras de Jesús y vemos la realidad que hemos vivido, una realidad de violencia, de agresividad, de muerte, siente uno en el fondo de su corazón una pregunta inevitable: ¿Qué hacemos, qué hago yo, para poner paz en nuestra casa? Y entendamos “nuestra casa”, no solamente la casa de la familia sino la casa más amplia que es nuestro país, nuestro barrio. ¿Qué aporto yo? ¿Aporto paz? ¿Aporto violencia?

La Iglesia del Ecuador fue llamada a ser mediadora en un momento difícil de la historia. Lograr un acuerdo de paz luego de dieciocho días de movilización y de paro no era una tarea fácil, pero asumimos esta misión confiando plenamente en Dios y haciendo vida este anuncio de paz. En nuestra tarea veo reflejadas plenamente las palabras que Jesús nos dirige hoy en el Evangelio.

Es que la paz es la primera señal del Reino de Dios. Todos estamos llamados a construir la paz, todos estamos llamados a derribar los muros que nosotros mismos levantamos, como nos dice el Papa Francisco y a construir puentes, puentes de paz, que son los puentes que deben unirnos.

La paz no sería auténtica si no la acompañan valores como la justicia, la solidaridad, la fraternidad. Pero no construiremos ni lograremos la paz si no la construimos antes en nuestras relaciones con las demás personas, con Dios, con uno mismo, con el medio que nos rodea. ¿Estamos construyendo esa paz con los demás? ¿Estamos derribando los muros que nos separan? ¿Estamos construyendo los puentes que nos unen?

San Juan Pablo II nos dice con claridad que, “la paz, es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie”. Nos toca a cada uno de nosotros, toca a cada uno de los ecuatorianos, poner las condiciones para que esta paz sea posible, sea una realidad. Y el Papa Francisco nos dice que “La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz: es hacerse cargo de los otros… Su paz no es fruto de algún acuerdo, sino que nace del don de sí”.

Y ustedes, queridos muchachos que hoy se confirman, deben estar dispuestos a ser constructores de paz, deben estar dispuestos a “darse” en bien de los demás, y deben estar dispuestos a ser “enviados” como Jesús envía de dos en dos a un buen número de discípulos y los envía diciéndoles: “La mies es abundante y los obreros poco: rueguen, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies”.

Ustedes son y deben ser “obreros”, como lo debe ser todo cristiano. No podemos olvidar que la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Somos enviados al mundo, somos enviados a ser portadores de la Buena Nueva, somos enviados sencillamente, somos enviados sabiendo que habrá dificultades, que no es fácil el camino y que debemos ir “ligeros de equipaje”.

El ser “enviados” implica que no podemos estar estáticos. El enviado es quien está en camino, quien sale, quien va en búsqueda del otro. El Papa Francisco insiste en que debemos ser una Iglesia “en salida”, “Una Iglesia con las puertas siempre abiertas” y que la Iglesia, “es en salida o no es Iglesia”.

Ustedes se confirman hoy para ser esos jóvenes en “salida”, una salida hacia la realidad, hacia la construcción de algo nuevo; una salida que lleva la Buena Nueva de Cristo, una salida siento “testigos de Jesús”. Las palabras del Papa Francisco, quisiera que queden grabadas en sus corazones, queridos muchachos: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”.

Recuerden, con la confirmación hoy se constituyen en “evangelizadores”, jóvenes evangelizadores. No se preocupen del éxito que obtengan en esta misión. Jesús les dice hoy: “Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo”.

Tomen conciencia queridos jóvenes confirmandos, tomen conciencia todos ustedes hermanos, de que el mundo en el que vivimos necesita ser evangelizado. ¿Quién lo va a Evangelizar? ¿El sacerdote, las religiosas? No, lo evangelizamos todos. Lo evangelizas tú. Tú eres evangelizador en los lugares y ambientes donde vives. Tú debes asumir esa tarea, no esperes que otros la hagan y tú te quedes cómodamente cruzado de brazos.

Arriésguense todos, pero sobre todo, arriésguense ustedes jóvenes que hoy se confirman a ser verdaderos evangelizadores. No miren el mundo desde una ventana, métanse en el mundo a cambiar este mundo, métanse a ser portadores del amor de Dios a los demás, juéguense la vida por Cristo y sean constructores de un mundo de paz descartando todo camino de violencia. ASÍ SEA.