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“Una imagen vale más que mil palabras”,

HOMILÍA DEL V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb

Quito, 05 de febrero de 2023

El domingo anterior escuchábamos el “programa del Reino”, que Jesús nos daba en la proclamación de las “Bienaventuranzas”. Hoy, como que las palabras del Señor nos dan un acabado perfecto a través del esplendor del ser cristiano. Esplendor que se vislumbra a través del símbolo del sabor y de la luz”.

Sin duda de que, “una imagen vale más que mil palabras”, como dice un dicho popular. Jesús habla sencillo, toma elementos que conocemos y nos plantea una acción, una forma de vida, un compromiso.

“Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo”. Estas palabras dicen mucho, deberían decirnos mucho a cada uno de nosotros. Nos pudiéramos hacer algunas preguntas: ¿Somos conscientes de que estamos llamados a ser sal y luz del mundo a imagen de Jesús? ¿Hemos integrado, o vivimos, esta riqueza con la que Cristo se manifiesta y nos convoca a desarrollar esta vocación irradiante del ser cristiano en el mundo? ¿Qué impide que pueda vivir esta vocación de ser sal y luz en este mundo?

Lo primero que puede pasar es que, mientras hemos escuchado la proclamación del Evangelio, hayamos dicho “eso ya me lo sé, ya lo había leído”. Es decir, seguimos viviendo nuestra vida de cristianos en una rutina estéril, que no da fruto, donde no hay compromiso.

No llegamos a descubrir que es hoy, no fue ayer, es hoy, el llamado que nos hace el Señor para vivir a profundidad nuestra vida cristiana. Y este llamado lo hace con dos imágenes audaces y sorprendentes. ¿Qué espera Jesús de nosotros? ¿Qué espera hoy de ti, de mí?

Espera que no vivamos pensando siempre en nuestros propios intereses, en nuestro éxito personal, prestigio, o poder. El cristiano ayer, el cristiano hoy, debe ser esa “sal” que da sabor cristiano al mundo, esa “luz” que ilumina la oscuridad de estos tiempos. Y esto, es lo que falta en el mundo de hoy, y falta porque hemos dejado de dar sabor y de iluminar, con nuestra vida, la vida de los demás.

“Ustedes son la sal de la tierra”. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. “Del mismo modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la corrupción” (José Antonio Pagola)

“Ustedes son la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último de la existencia y caminar con esperanza. ¿Qué luz aporto yo? ¿Qué luz aportas tú? ¿Iluminas con tu luz tu familia, tu barrio, tu lugar de trabajo, en medio de tus amigos?

Las dos metáforas, de la sal y de la luz, coinciden en algo muy importante. Si permanecen aislada en un recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada, oculta, tapada, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas puede iluminar y orientar.

El Papa Francisco nos hace notar algo importante: “Ser sal y luz para los otros, sin atribuirse méritos”. Debemos vivir un “simple testimonio habitual, la santidad de todos los días a la que está llamado el cristiano”.

Debemos tomar conciencia de que el testimonio más grande del cristiano es dar la vida como lo hizo Jesús, es decir, el martirio, pero hay también otro testimonio, el testimonio de todos los días, que inicia por la mañana cuando nos despertamos, y termina por la noche, cuando vamos a dormir. Así, en el día a día, en lo pequeño y en lo grande, debemos ser “sal” y “luz”.

Además, Francisco recalca que se es sal y luz para los otros, no para uno mismo: “Sal para los otros, luz para los otros, porque la sal no se sazona a sí misma, siempre al servicio. La luz no se ilumina a sí misma, siempre al servicio. Sal para los otros, pequeña sal que ayuda en las comidas, pero pequeña. ¿En el supermercado la sal se vende por toneladas? No… en pequeñas bolsitas, es suficiente. Y después, la sal no se vanagloria de sí misma, porque no se sirve a sí misma. Siempre está allí para ayudar a los demás: ayudar a conservar las cosas, a condimentar las cosas. Siempre está el testimonio”.

Debemos ser esos cristianos de cada día, debemos ser como la luz, que es para la gente, es para ayudarnos en las horas de oscuridad. “El Señor nos dice así: “Tú eres sal, tú eres luz”… Ah, es verdad, Señor, es así. Atraeré a tanta gente y haré”. Pero hacer para que glorifiquen al Padre, no para glorificarnos a nosotros mismos. No debemos buscar con nuestro ser sal y luz, méritos personales, reconocimientos personales. Deben ver nuestras buenas obras para “que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.

Nunca decimos “¡qué buena la sal!”, ni decimos “¡qué buena la luz”. Decimos, está rica la carne, está rico el arroz, está rica la menestra… Y vivimos con aquella luz que ilumina. “Ésta es una dimensión que hace que nosotros cristianos seamos como anónimos en la vida” (Francisco). Trabajamos para Dios, no para nosotros.

Hoy vivimos una jornada electoral. Con nuestro voto elegimos a tal o cual candidato y respondidos a una consulta que se nos hizo. No un voto por obligación. Es un voto que nos compromete a ser sal y luz en medio de la sociedad y a no contentarnos en exigir, sino comprometernos a alumbrar el camino de los demás y trabajar por el bien de la sociedad.

Francisco nos dice que hay que “rehabilitar la política”, sobre todo con los valores éticos, tan venidos a menos hoy. Nos toca formar, nos toca educar, nos toca tomar conciencia de qué significa ser ciudadanos honestos y honrados. Nos toca ser sal para evitar toda corrupción en la sociedad. No es tarea fácil, lo sé, pero comencemos a trabajar.

Oremos por aquellos que hoy ganen una Alcaldía o Prefectura, por los que ganen una Concejalía u otra dignidad, para que hagan vida lo que prometieron y trabajen por el bien de los demás y no por su bien personal. Que ellos sean “sal” y “luz” en medio de sus comunidades. Estaremos atentos para exigirles su compromiso y su entrega, pero al mismo tiempo, exigirnos trabajo y corresponsabilidad. ASÍ SEA.