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“Vengan a mí”

Homilía del Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Quito, 05 de julio de 2020

Es bueno agradecer, debemos aprender a hacerlo. Agradecer a Dios, agradecer por la vida que tenemos, agradecer por la familia, agradecer por todo, y diría, agradecer aún en estos tiempos difíciles que estamos viviendo.

Hoy el Evangelio nos presenta a un Jesús que sabe agradecer, que se conmueve ante la gente sencilla, descarriada, perdida. Es un pasaje conmovedor. Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios.

Agradece en primer lugar al Padre porque llama a la gente sencilla y al mismo tiempo nos hace una triple invitación: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”.

Es una invitación sorprendente sin duda, y como nos dice Francisco: “…llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontrarán descanso y alivio”.

La invitación es dirigida en forma imperativa: “vengan a mí”, “tomen mi yugo”, y “aprendan de mí”. ¿Es una invitación del pasado? Creo que no, es una invitación de hoy, quizás más actual que nunca, porque, ¿quién no tiene dificultad? ¿Quién no tiene problemas? ¿Quién no ha sufrido o sufre por esta pandemia? ¿Quién no ha perdido un ser querido o un amigo en estos meses? ¿Quién no siente el peso de la vida en esta crisis?

El primer imperativo es “Vengan a mí”. ¿Quiénes deben ir? Nosotros, todos nosotros, porque nos sentimos y estamos cansados y oprimidos. Deben ir los desconsolados de la vida, los pobres y los pequeños. Deben acudir aquellos que no pueden contar sobre sus propios medios, aquellos que sólo pueden confiar en Dios. Deben acudir aquellos que “…conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan en él la única ayuda posible” (Francisco).

Y nosotros, ¿Escuchamos esta invitación? ¿Vamos o caminamos hacia el Señor o nos quedamos en nuestro propio mundo?

El segundo imperativo nos dice: “Tomen mi yugo”. En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. Francisco nos dice: “En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena”. ¿Cuál es el yugo de Jesús? El amor. Un amor que debemos hacer vida, un amor que nos lleva a servir al más necesitado, un amor que nos compromete y nos exige autenticidad. Poner en el centro de nuestra vida a Jesús y el amor, ése es el “yugo” que nos debe mover.

Sigue el tercer imperativo: “Aprendan de mí”. A sus discípulos les presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros, cargas que Él no lleva. “Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados, porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimentó los dolores” (Francisco).

No es ni será nunca un camino fácil, es un camino de cruz. Como nos dice Francisco: “El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes de ellos: por esto es un yugo ligero”.

¿Y hoy? También hoy para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Todos sentimos ese cansancio, el Covid 19 nos ha golpeado en nuestro ánimo, en nuestra esperanza de futuro. Por eso, hoy debemos recordar estas palabras del Señor que nos dan mucha consolación y despiertan nuestra esperanza.

No pongamos nuestra confianza en cosas que no son esenciales, no nos alejemos de aquello que vale realmente en la vida. Volvamos nuestra mirada a lo esencial: nuestra familia, nuestros amigos, nuestra fe, la oración, la Eucaristía, el saber compartir con los más necesitados.

Lo esencial está en el Señor. No tengamos miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defrauda. Estamos llamados a aprender de Él qué cosa significa vivir de misericordia, qué cosa significa ser instrumentos de amor para los demás, qué cosa significa ver las necesidades del otro, qué cosa significa la verdad. Él es el camino, recorramos ese camino con alegría a pesar de tantas dificultades, porque Él alivia nuestro camino.

Y hoy también puede existir “cansancio” frente a tanta corrupción en nuestro país. Los Obispos del Ecuador publicamos el pasado 29 de junio una “Carta abierta al pueblo que peregrina en el Ecuador”. Me hago eco de ella y lo iré haciendo en los próximos domingos.

Lo decimos claramente: “¡Cuántas cosas buenas se podrían hacer con el dinero de la corrupción! El dinero que se va y nunca vuelve… el dinero con el que los pillos financian sus lujos, mientras el pueblo empobrecido pasa necesidad y el futuro de la sociedad queda cada vez más comprometido; pareciera que todo vale con tal de ganar dinero o cuotas de poder: la mentira, el engaño, el robo, el abuso, el crimen y la burla permanente a la gente honrada, a los humildes y a los valores fundamentales de una sociedad”. Y ahora descubrimos que hasta se burlan de todos aquellos que sufren discapacidades y se aprovechan de ellos.

No todo vale”. Siempre la honradez, la verdad, la transparencia, la justicia y la responsabilidad serán valores a seguir. De ahí, que también como obispos llamamos a una reflexión personal: “… debemos mirar nuestros propios comportamientos cotidianos, a fin de evitar que la corrupción se adueñe de nuestros corazones”. Recuerdo que mi madre nos decía: “Tan ladrón es el que roba un sucre como el que roba mil”.

Revisemos nuestros comportamientos, revisemos si damos el vuelto, si devolvemos cuando nos dan de más el vuelto en el supermercado. Revisemos si copiamos del internet sin poner la cita, revisemos si mentimos como forma de vida. Revisemos si cobramos de más, revisemos el peso de la balanza o la “palanca” para cualquier cargo… Revisemos nuestra vida. Creo que tenemos mucho que revisar también cada uno de nosotros.

“No nos cansemos” de ser honestos. Luchemos por un país honrado y lleno de transparencia. No es una utopía, es un desafío de hoy, no de mañana.  Una cosa importante, a nosotros no nos dará amnesia repentina, no olvidaremos toda la corrupción. Y cuando nos sintamos cansados, cuando hayamos perdido la esperanza, recordemos la invitación de hoy del Señor: “Vengan a mí”. ASÍ SEA.