“Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”
Quito, 31 de diciembre de 2022
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Hoy quiero celebrar con ustedes, en esta querida Parroquia de la “Santísima Trinidad”, sede de la Vicaría Episcopal “Santa Mariana de Jesús” y con ustedes quiero agradecer la vida de este año 2022 que cerramos.
Hoy es un día para alabar al Señor por sus bendiciones en nuestras vidas y también para pedirle perdón por nuestros errores y debilidades, por lo que no pudimos hacer y por aquello que hicimos a media quizás por no esforzarnos demasiado.
Hoy como Iglesia sentimos la alegría y el deber de elevar nuestro canto de alabanza a Dios. Sí queridos hermanos. Alabar a Dios por todo lo vivido, celebrado, caminado y construido.
Esta Eucaristía es esto, una alabanza al Dios del amor, al Dios de la Misericordia, al Dios Padre que acompaña nuestras vidas, al Dios cercano y tierno que cada día está con nosotros.
Hay quizás una frase que la repetimos nosotros o la escuchamos a los demás: “qué rápido se nos fue el año”, “se pasó volando este año”.
Sí, quizás los apuros de este mundo de hoy, nos hace parecer que el año se pasa volando y que no hemos aprovechado cada momento, cada minuto y no hemos puesto nuestro mayor empeño.
Y es un año en el que hemos ido recuperando la “normalidad” en nuestras vidas y en nuestra sociedad luego de dos años de una pandemia que ha causado dolor, tristeza, desconcierto y que nos ha golpeado a todos, pero, y es importante este pero, que no está terminada, que sigue allí y que debemos seguirnos cuidando.
No todo lo vivido en este año en el mundo y en nuestras vidas, quizás respondieron a la voluntad de Dios. Muchas veces el mundo y nosotros nos dejamos llevar por nuestros intereses personales, por nuestro deseo de poder y también por actitudes de egoísmo y de violencia. Y en este año ha habido mucha violencia. Una violencia que se va volviendo institucional, una violencia fruto del narcotráfico, de una delincuencia organizada. Una violencia en nuestras familias, una violencia en nuestra sociedad, en nuestro país. Ha sido la experiencia dura de este año y aquí, en esta Parroquia, se firmó un acta de la paz que ponía fin a dieciocho días de violencia social, por eso también he querido celebrar en esta casa, haciendo recuerdo de ese 30 de junio y de ese compromiso, que no debe quedar en un acta, que debe quedar en nuestras vidas, porque todos somos “artesanos de la paz”.
¿Qué les pido hoy a ustedes queridos hermanos? Les pido que miremos en modo particular los signos que Dios nos ha concedido, para tocar con nuestras manos la fuerza de su amor.
Sí, Dios a lo largo de este año 2022 te ha amado y te seguirá amando en el 2023. Descubre esos signos de amor de Dios en tu vida y da un gracias profundo desde lo profundo de tu ser.
Son signos de amor de Dios en tu vida y en el mundo, donde parece que quiere vencer la muerte, pero hay tantos signos de vida, tantos signos de amor, que nos hacen pensar y sentir que el bien vence siempre, aunque a veces pareciera débil o escondido.
Les repito el gran compromiso que he pedido en el mensaje de Año Nuevo para toda la Arquidiócesis. Es un compromiso de PAZ. ¡Paz, paz, paz! Deseemos la paz pero construyamos la paz. Tú eres y debes ser siempre un constructor de paz, y lo seremos cuando acojamos en nuestras vidas la Palabra hecha carne, cuando acojamos a Jesús.
Y hoy, en esta celebración, recordemos de manera especial a un HOMBRE GRANDE DE LA IGLESIA, al Papa emérito Benedicto XVI que hoy ha partido a la casa del Padre.
Me ha impresionado mucho una frase de él, dicha con la madurez de sus años y la madurez de su fe: “Yo no me preparo para un fin, sino para un encuentro”. Y así debe ser nuestra vida, un prepararnos permanentemente para el encuentro definitivo con el Creador.
Benedicto XVI fue sin duda alguna un hombre de Dios, un hombre de Iglesia, un hombre de fe, un hombre de este mundo. Deja un legado inmenso con su pensamiento, pero de manera especial con su testimonio de vida. Le tocó vivir un momento duro de la Iglesia, asumió una misión y cuando vio que sus fuerzas no le daban para continuar con la tarea, supo dar un paso al costado y dejar el camino para que otro asumiera la misión de guiar a la Iglesia.
Y vivió estos casi diez años en la oración, en la contemplación de ese Dios a quien amo y a quien entregó su vida.
En su primera aparición pública como Papa, supo decir: “Me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes…” Y todos estamos convencidos de que fue un “gran trabajador de la viña del Señor”. Amó a la viña y dio su vida por ella.
Al terminar este año 2022, hagamos vida la invitación que en el 2011 Benedicto XVI hizo a los jóvenes alemanes: “Les invito a tener la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo que vive en la oscuridad”. ¿Podemos hacer vida esta invitación? Sí, que en este 2023 que vamos a comenzar seamos esos cristianos, hombres y mujeres, que viven el ideal de santidad y dan luz al mundo. ASÍ SEA.