“Yo soy la vid verdadera”.
Bethania, 02 de mayo de 2021
Por Mons. Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Este domingo Jesús nos habla de “permanecer” en Él, de dar fruto y para dar fruto hay también que “podar” aquello que nos impide dar esos frutos, frutos de vida y de amor.
Ante todo, unamos la Palabra de Dios del domingo anterior con la de hoy. En este tiempo Pascual, se nos sigue indicando el camino y las condiciones para ser una comunidad del Señor Resucitado. El domingo anterior se resaltaba la relación entre el creyente y Jesús Buen Pastor. Hoy el Evangelio nos propone el momento en que Jesús se presenta como la verdadera vid y nos invita a permanecer unidos a Él para dar mucho fruto.
“La vid es una planta que forma una cosa sola con los sarmientos; y los sarmientos son fecundos solamente en cuanto están unidos a la vid. Esta relación es el secreto de la vida cristiana y el evangelista Juan la expresa con el verbo “permanecer”, que en el pasaje de hoy se repite siete veces. Permanecer en mí dice el Señor; permanecer en el Señor” (Francisco).
Jesús dice claramente: “Yo soy la vid verdadera”. Es el “yo soy” de Jesús, que actúa en todo cristiano quien da fuerza al “vosotros”, a los discípulos, es lo que nos da fuerza a nosotros, cristianos de hoy. Este “yo soy” debe dar fuerza a ustedes, queridos seminaristas, llamados a estar unidos al Señor para dar fruto, para dar vida, para ser auténticos en la respuesta al llamado.
Hay en el Evangelio una repetición, en cierto sentido “machacona”, de esta permanencia en Jesús: “en mí”, “sin mí no podéis hacer nada”, “si permanecéis en mí”… Un permanecer que se identifica con una relación de comunión no esporádica, ni puntual, sino que es intercambio vital constante, como opción ya hecha, que lleva a una actitud de vida creciente y que nos lleva a la entrega, el servicio, la fraternidad, la justicia.
Francisco nos dice, “Ese permanecer en Cristo es lo que nos permite “beber” la vida, la linfa, que nos permite a su vez, llevar en la sociedad una forma distinta de vivir y de darnos a los demás. Se trata de permanecer en el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos, para adentrarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y de dar amplio respiro a nuestro testimonio cristiano en el mundo”.
No es un permanecer que nos aísla, que nos encierra en una burbuja, que no nos permite ver más allá. No es un permanecer que nos eleva a una nube y que nos separa de la realidad. El permanecer en el Señor nos abre a la realidad, nos lanza al mundo, nos hace salir, nos hace ser esos cristianos en salida hacia los más necesitados, hacia los descartados de estos tiempos.
Hoy que tantos están sufriendo, hoy que vivimos una realidad dura de pobreza, de hambre, de marginación, necesitamos permanecer en el Señor Resucitado para tener el coraje de salir de nosotros mismos y adentrarnos en las necesidades de los demás.
¿Cómo es nuestra vida cristiana hoy? ¿Permanecemos en el Señor, estamos unidos a Él? ¿Con quién o con qué permanecemos nosotros?
Puede ser que nos guste “permanecer” unido a la fama, al prestigio, a la vanidad.
Podemos estar unidos o permanecer en el egoísmo, en la indiferencia, en la mediocridad o en el relativismo. También muchas veces permanecemos unidos al rencor, a la envidia, a la violencia, a la división. No son pocos los que permanecen unidos al chisme, a la murmuración, la crítica, la mentira, el rumor, la calumnia… Y hoy, con dolor tengo que decir que siete votos legalizan el aborto, yéndose contra toda norma y contra todo un pueblo que permanece unido al Señor porque es el Señor de la Vida, no el Señor de la muerte. El aborto es un crimen, y un crimen, como es la violación no se soluciona con otro crimen como es el aborto. Aquellos que votaron por legalizar el aborto no están unidos al Señor y tienen sus manos manchadas de sangre de inocentes, como nos dice Francisco, son “sicarios” los que cometen o permiten el aborto.
Por eso, debemos preguntarnos a quién permanecemos unidos. Si permanecemos unidos a lo que el mundo nos presenta, estaremos sin duda alejados del Señor y de los hermanos. Pero, si permanecemos unidos al Señor, nuestra mirada se dirigirá sin dudar al hermano que está a nuestro lado, sobre todo al más necesitado.
Francisco nos dice que, “Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es, de hecho, el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a los hermanos con abnegación de sí, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó”.
Nuestro dinamismo de caridad como creyentes nace, no de estrategias o instancias sociales o ideológicas, sino del encuentro con Jesús y del permanecer en Jesús. “Él es para nosotros la vida de la que absorbemos la linfa, es decir, la “vida” para llevar en la sociedad una forma diferente de vivir y de brindarse, lo que pone en el primer lugar a los últimos” (Francisco).
Jesús habla de “arrancar” y de “podar”. Hay que arrancar al sarmiento que no da fruto, pero hay que podar al que da fruto, “para que dé más fruto”.
Se poda lo seco, lo que desgasta y chupa la savia, pero no da fruto. Por los sarmientos secos no corre la savia de Jesús. Podar es clarificar, eliminar los factores de muerte, para que el sarmiento sea más auténtico y más libre.
Muchas veces creo yo que nosotros hemos podado una planta, hemos cortado ramas, y hemos visto reverdecer el árbol, brotar más ramas, más hojas, mejores frutos. Sin duda que la poda hace que en los frutos tome fuerza lo bueno.
¿Qué tenemos que podar en nosotros? ¿Qué tenemos que cortar? ¿Qué implica muchas veces la poda en nuestra vida de cristianos? A veces esta poda puede significar una cruz, una prueba, un obstáculo, pero ello nos ayudará para salir adelante, para afianzar nuestra fe, para brotar con más fuerza, para dar mejores frutos.
Podemos lo que se está secando, lo que nos marchita como cristianos, podemos nuestra vida cristiana superficial y demos mayores y mejores frutos de amor, con obras concretas.
Demos frutos que transformen nuestra comunidad, transformen nuestra familia, transformen nuestra sociedad, y a ustedes mis queridos seminaristas, les pido que poden todo lo que deben podar, lo que hemos hablado en estos días, para que den frutos de una verdadera comunidad de hermanos, una comunidad fraterna, de perdón, comprensión, cercanía y santidad. ASÍ SEA.